jueves, 22 de octubre de 2009

Infamia en la acción y en la palabra. Helen Umaña


Niña de la Resistencia. Foto de Roonnie Huete


Cuando escribo estas notas, la Resistencia ha contabilizado a una treintena de sus miembros asesinados por las fuerzas represivas. Vidas útiles cuyo delito fue no aceptar la imposición de un régimen ilegítimo y dictatorial y desear construir una Honduras más justa mediante la convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente. Vidas dignas, sacrificadas por las fuerzas siniestras que dirigen el tinglado político del país.

El lunes 19 de este mes se divulgó que el decreto que imponía el estado de sitio, después de dos o tres semanas de calculadas dilatorias, se había publicado en el periódico oficial. Supuestamente, se había restablecido el derecho a disentir, a expresar inconformidad y a manifestar el desacuerdo con ideas o actos con los cuales no se comulga.

Sin embargo, ese día, cuando se inhumaron los restos del dirigente sindical Jairo Sánchez, se asesinó al maestro Eliseo Hernández Juárez, líder ecologista, dirigente de la Resistencia y candidato a vicealcalde en su comunidad. Además se «gaseó» y capturó a manifestantes en San Pedro Sula y Santa Bárbara. Entre los capturados estaba Julio Corea, Procurador de los Derechos Humanos que fue vapuleado salvajemente. El martes, en la primera ciudad, se reprimió la marcha de varias organizaciones feministas y, en Tegucigalpa, se asesinó a Marcos Martínez, dirigente de la colonia Divanna. Siempre en la capital, el miércoles se hirió de gravedad a Marcos A. Garay, presidente del Comité de Patronatos de Honduras y se capturó a varios de sus miembros. El 21, en San Pedro Sula, los represores agredieron de nuevo en el parque central. Todo esto ratifica que, en Honduras, la ley es papel mojado y sólo sirve para tratar de engañar al mundo. En la práctica, la maquinaria represiva está bien engrasada y no se detiene.

Ni se detendrá. Honduras gira ya en una espiral de violencia que puede durar un tiempo indefinido. Para estar de acuerdo con ese escenario, los medios desinformativos han recargado baterías con el propósito de condicionar la mente de los receptores para que acepten y vean como normal o justificada la intensificación de una operación de aniquilamiento que baraje lo selectivo y lo indiscriminado como forma de sembrar el terror y amedrentar a la disidencia. Los blancos ya están señalados: líderes populares específicos, pero también cualquiera que externe públicamente su descontento. Por los indicios que saturan el ambiente —a menos que, como por milagro, surjan fuerzas que se opongan a la locura fascista—, se está a un paso de reeditar la versión hondureña —corregida y aumentada— de la terrible historia que se vivió en décadas pasadas en otros países de Centroamérica.

El maquiavélico plan ya está en camino: intensificar las acusaciones de vandalismo o terrorismo contra los miembros de la Resistencia a la que se pretende criminalizar endilgándole el membrete de movimiento armado, insurgente o guerrillero. Las informaciones sobre supuestas compras de armas en los países vecinos apuntan hacia ese objetivo. Pronto veremos que cualquier acción punible que no pueda aclararse se le endilgará a la Resistencia a la que se asimilará, aún más, con las «maras» o con cualquier grupo disociador.

Ese contexto explica el aterrador mensaje de odio y exterminio formulado por Juan Ramón Martínez quien exhorta al Tribunal Supremo Electoral (léase ejército y policía) a que aplique «el látigo para detener a quienes pretenden turbar la tranquilidad nacional y comprometer el futuro de las nuevas generaciones» (La Tribuna, 20.10.2009). Una clara directriz metodológica dentro del criminal engranaje que pretende conducir al país a una guerra civil o a una situación de anarquía generalizada que tendría tres beneficiarios inmediatos: el régimen dictatorial que se implantaría definitivamente; los fabricantes y vendedores de armas y los consorcios farmacéuticos. Y con una especie de humor macabro también podríamos incluir a las empresas funerarias y a los fabricantes de ataúdes.

Desde el momento en que surge, la Resistencia ha enarbolado, como bandera de lucha, la no violencia. La resistencia activa. La desobediencia civil. Alimentada de un profundo pacifismo que reniega de la guerra como instrumento para dirimir los conflictos, con reiterada convicción, la Resistencia se ha opuesto a toda forma que implique el uso de la fuerza, ya que éste es un mecanismo irracional, antihumano y cavernario.

Esa filosofía de lucha hizo que la Resistencia encontrara un eco inmediato en inmensas capas poblacionales sin discriminación de ninguna especie: miembros de las diferentes etnias, campesinos, obreros, maestros, profesores y estudiantes universitarios, pintores, teatristas, maestros, médicos, escritores, periodistas, poetas, abogados, historiadores, amas de casa, comerciantes, personas de la tercera edad, candidatos a cargos de elección popular, músicos, religiosos católicos, pastores evangélicos, monjas, feministas, militantes de partidos políticos, etc.

Pero jamás, los miles y miles de hondureños que nos hemos integrado a la Resistencia hemos visto un arma o leído algún instructivo sobre formas de ataque o algo parecido. Asimismo, en cada caminata, un férreo comité de vigilancia ha impedido desmanes y acciones provocativas. Inclusive, han detectado a infiltrados con armas que han entregado a los cuerpos policiales.

Por eso mismo, nunca, en la historia del país, había surgido un movimiento con tal capacidad de convocatoria. Además, no se piense que está muerto. Ciento veinte días de lucha, que implican incalculables sacrificios personales: muertos, gaseados, capturados, toleteados y agredidos de mil maneras, no han hecho más que incrementar la rebeldía y la determinación de continuar oponiéndose a la arbitrariedad, razón por la cual se rechaza un proceso eleccionario impuesto, ilegal y «tutelado» por la mano militar.

Sólo un ciego mental o un espíritu obnubilado por el odio personal a Mel Zelaya puede equiparar ese conglomerado humano con hordas anárquicas y vandálicas. Al respecto, en el artículo citado, se vierten conceptos dignos de incluirse en una antología de la infamia: «La población le ha tomado la medida a la resistencia. Sabe que los seguidores de Zelaya, turbados por la falta de dirección conjunta, sólo actúan bien cuando se imponen la meta inmediata de destruir vidrieras, meterle fuego a los edificios o pintar vulgaridades en iglesias, edificios públicos o en las residencias de los líderes que les han plantado cara. Saben que no les motivan ideales que trasciendan más allá de la paga, la oportunidad de hacer turismo revolucionario; o la anticipación de soñar en recibir algunos beneficios que resulten de quitarles los bienes a los ricos para repartirlos entre los pobres». Palabras que, más que mellar a la Resistencia, vulneran conceptos éticos. Pero esto último, por cierto, parece excluido del vocabulario y de la práctica política golpista.

lunes, 12 de octubre de 2009

La semilla indestructible. Helen Umaña


"La década perdida" es una expresión con la cual, entre otros matices, se indica que, en los años ochenta, los movimientos insurgentes en Centroamérica fracasaron en tanto no hubo una inmediata toma del poder. Esto último es cierto. Sin embargo, la semilla que se sembró a costa de millares de muertos, torturados, exiliados y desaparecidos siguió gestándose. En El Salvador, el movimiento que en esa época fue criminalizado ahora hace gobierno. En Guatemala, el sector indígena —que en gran medida se incorporó o apoyó a la guerrilla— cada vez toma mayor impulso y, actualmente, integra uno de los movimientos étnico-culturales reivindicativos más vigorosos en Latinoamérica. Las transformaciones, aunque lentas, caminan. No hay, pues, tal «década perdida». Cada lágrima y cada gota de sangre derramadas no cayeron en terreno estéril y baldío. Son y seguirán siendo partículas de energía en la gran espiral del bregar humano hacia estratos más justos y equitativos.

Ello tiene explicaciones lógicas. Con sólo mirar en torno (vr. gr., los fenómenos naturales) advertimos que cada hecho tiene una causa y, a la vez, genera consecuencias. Esa es la gran cadena de la vida. Lo que ocurre en el mundo de la naturaleza, también se da a nivel del individuo y de la sociedad. A una acción sigue una reacción. Esa es la gran cadena de la Historia. En una especie de sabiduría que rige el universo, nada se pierde en el vacío. Llega a un punto de crisis; estalla y renace con nuevos bríos.

El 28 de junio, coludidos todos los sectores de poder (ejército, burguesía empresarial, sistemas judicial y legislativo, dirigencias del bipartidismo, capos de los medios masivos de desinformación, jerarquía eclesiástica ligada al Opus Dei, pastores evangélicos…) ejecutaron una serie de acciones delictivas (elaboración de una carta falsa, asalto a mano armada y expulsión del país del titular del poder ejecutivo, aderezamiento de amañadas y posteriores órdenes de captura…) en contra de Manuel Zelaya Rosales, legítimo Presidente Constitucional de Honduras. Un auténtico golpe de Estado no obstante el maquillaje lingüístico con el cual pretendieron ocultar la ruptura ilegal del orden institucional. La fractura artera y antidemocrática al Estado de derecho. Agréguese, a ello, la mentira manipuladora que difundieron nacional e internacionalmente aduciendo falazmente que la cuarta urna giraba en torno a la reelección de Mel Zelaya. Mentira sobre mentira.

Leyendo mal los signos sociales, los golpistas creían que, pasadas una o dos semanas, todo volvería a la normalidad. Todavía resuenan en mis oídos las voces de los locutores radiales y televisivos llamando a la ciudadanía para que se presentase a sus trabajos, escuelas, universidades, etc., ya que aquí había orden y la ley no se había quebrantado. Una monstruosidad jurídica que hasta los neófitos advertimos.

Además, había un ingrediente que su odio y ceguera, no les permitió ver y sopesar. En la mayoría desposeída, Mel había sabido sembrar esperanzas en un necesario y posible cambio de vida. En un pueblo con uno de los índices de pobreza más aterradores del mundo, ese frágil resquicio hacia un futuro mejor había prendido con inusitada fuerza. En las capas marginadas de la población, que ya no creían en políticos tradicionales, la cuarta urna podría dar paso a una nueva Carta Magna en la que ellos —los sectores históricamente oprimidos y preteridos— podrían tener una participación activa. Ese es el gran legado de Mel Zelaya y que la historia futura tendrá que reconocerle: sembró la ilusión. Permitió visualizar un horizonte sin los lastres de la miseria y la desigualdad. Hizo ver y sentir que el pueblo tiene las llaves de su propio destino. Alimentó la esperanza en aquellos a quienes el bipartidismo sistemáticamente ha venido engañado desde hace más de cien. Insufló, pues, un sentido de dignidad y autoestima colectiva. Y cuando un pueblo o un individuo alcanzan ese estado de consciencia, todo ha cambiado para ellos. Es un estado de iluminación interior frente al cual nada pueden las fuerzas negativas y antagónicas. Nada hace renegar de esa perspectiva renovada de enfrentar la vida.

La semilla que Mel sembró cayó en terreno fértil, pronto para la cosecha. De ahí que, sea cual sea el resultado de las componendas del supuesto «diálogo» que busca superar la crisis actual, ella está más viva que nunca. Es, justamente, la esencia de la Resistencia, ese movimiento de masas que ha dejado boquiabierto al mundo. No son cuatro, ni cien. Son millares y millares de hondureñas y hondureños los que, sobre todo en dos ocasiones (las multitudinarias marchas hacia Tegucigalpa y San Pedro Sula desde los cuatro puntos cardinales del país y las extraordinarias «celebraciones» del 15 de septiembre) y desafiando la más brutal de las represiones, demostraron su formidable fuerza.

La supresión de las garantías constitucionales —el cavernario estado de sitio— no ha «rebajado» la determinación de la Resistencia. Al contrario. Por elemental respuesta, las agresiones incrementan la rebeldía. Tampoco la imposición de unas elecciones manipuladas y fraudulentas altera el objetivo básico alimentado en cada acto de protesta: impulsar los mecanismos hacia lo único que podrá sentar las bases de un auténtico equilibrio social: la redacción, mediante un amplio consenso que no margine a ningún sector, del gran libro que reglamente, al centavo (para bloquear las falsas salidas de los leguleyos), cada aspecto de la vida política, jurídica y social del país: la nueva Constitución de la República. Esa es la irrenunciable meta.

miércoles, 22 de julio de 2009

El miedo a una palabra de dos letras. Helen Umaña


El 28 de junio venía de Guatemala con el único y exclusivo propósito de votar a favor de la cuarta urna. Veía, en ésta, la posibilidad concreta de un cambio hacia senderos de beneficio colectivo. Era el camino para modificar, con el consenso de todos los partidos políticos y de una amplia difusión y discusión (a través de los medios de comunicación, foros, comentarios, etc.), una Constitución cuyas lagunas son evidentes.

La ciencia dice que nada es estático y que todo lo hecho por el ser humano es susceptible de perfeccionarse. Manejar que la cuarta urna lo que pretendía era la reelección de Mel ha sido la distorsión más grande en la historia política del país. La hipotética Constitución se redactaría ya cuando Mel hubiese dejado de ser presidente. Su elaboración estaría, pues, en manos de diputados elegidos por quienes se acercasen a votar. De ahí que la propuesta de la cuarta urna prendiese, con tanto entusiasmo, en la voluntad de los sectores históricamente marginados: campesinos, obreros, grupos étnicos…

Por esa razón, cuando en el bus que me traía de Guatemala me enteré del golpe de Estado, el impacto emocional fue intenso. En esencia, abortar, con alevosía, la semilla de lo que pudo ser un encaminar al país por senderos de equidad y justicia. Darle un golpe de muerte a la posibilidad de un sueño factible: la construcción de una sociedad en donde, no como varita mágica sino como proceso de ardua construcción, se empezasen a solventar las necesidades más urgentes de comida, salud, educación y vivienda para la mayoría. Mel había dado el primer paso. Impedírselo, con el golpe de Estado, fue como abrir la puerta para llevar al país a una espiral de violencia cuyas consecuencias ya se empiezan a sentir: secuestros, asesinatos políticos y persecución a los disidentes. Una realidad que ya se ha instalado en el horizonte de la patria. Al amparo de la nocturnidad y la falta de energía eléctrica, la captura del artista de la caricatura Allan MacDonald (con todo y su hija de diecisiete meses); los asesinatos de Isis Obed Murillo (en el aeropuerto de Toncontín) y de Róger Ivan Bados González y Ramón García, miembros del partido Unificación Democrática (UD) son ominosas señales del abismo hacia el cual Honduras se encamina. A menos que prevalezca la sensatez (que pasa necesariamente por el restablecimiento del Estado de derecho), no es aventurado vaticinar que se está a las puertas de una vorágine social sin precedentes: la reactivación de la tenebrosa Doctrina de la Seguridad Nacional y, como lógica respuesta, la adopción de formas de lucha que llevan consigo incalculables cuotas de dolor y sangre. Una factura que, a la postre, pagará la sociedad en su conjunto. Al respecto, la historia de la humanidad es un espejo en el cual los sectores dominantes del país —por su inveterada miopía— todavía no se han visualizado.

La pesadilla que se repite. El protagonismo de las botas. Las imágenes de los militares apuntando, en posición de combate, a humildes mujeres, a jóvenes imberbes y a personas desarmadas son devastadoras. En Toncontín…, el sonido de las balas. El huir alocado de la gente. El ulular de la ambulancia. El cuerpo frágil sostenido por manos solidarias... Un revivir la estela de sangre y terror que han dejado en Latinoamérica los ejércitos nacionales. Ratificar que el monstruo sigue vivo, agazapado, listo a dar el salto y el zarpazo cuando los grandes consorcios internacionales y sus socios nacionales así lo indiquen. Desde siempre, el brazo armado del poder económico. Y, en niveles de alta graduación, ellos mismos convertidos en poder económico que actúa en defensa de sus intereses.

El contubernio iglesias-poder político. Es indignante el espectáculo de los pastores evangélicos y de la alta jerarquía católica encabezando y bendiciendo las marchas de la oligarquía. Con falaces mensajes bíblicos, violentando las conciencias para llevarlas a la posición política que les permitirá seguir medrando a la sombra de sus iglesias, no casas de oración, sino auténticos emporios económicos. Complementado, todo, con otro bochornoso espectáculo: en un Estado constitucionalmente laico, los «honorables» diputados y sus testigos de honor (Custodio, Aguilar Paz, Leitzelar, Mauricio Villeda, Irma Acosta de Fortín…) agarrándose las manos e inclinando la cabeza, pronunciando una oración en el momento mismo en que, enarbolando una falsa carta de renuncia, ratificaban su traición y consumaban el golpe de Estado.

La guerra mediática. En los meses precedentes al golpe de Estado, la oposición a Mel Zelaya llegó a niveles jamás vistos. Quizá, en ninguna parte del mundo, un periodismo como el hondureño. Especialistas en sesgar y manipular la información. Todos los días mintiendo flagrantemente. Conductores de programas radiales y televisivos moviendo la noticia hacia el lugar en donde sopla el dinero. Tergiversando los hechos para confundir al receptor. Al día siguiente del golpe, desde Radio América, llamando a encauzar el país por las vías de la «normalidad»: «Preséntense en las fábricas, en los negocios…»; «Dejémosle la política a los políticos y que los niños y maestros vuelvan a la escuela, los obreros a sus fábricas…»; «Aquí no ha habido golpe de Estado…»; «Aquí todo es normal»; «Es necesario producir…». En otras palabras, producir para seguir llenando los bolsillos de la minoría… La infamia revestida de amor patrio.

La ambigüedad e indiferencia de la máxima casa de estudios. Duele el comunicado gallo-gallina de las autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, institución, en horas más lúcidas, a la vanguardia del pensamiento progresista y democrático. ¿Dónde el análisis de la crisis social y política? ¿Dónde el comunicado orientador para un pueblo carente de instituciones que salvaguarden sus intereses? ¿Cómo puede hablarse de vinculación universidad-sociedad si se evade el compromiso del análisis y del mensaje clarificador? ¿En qué momento se extravió el rumbo de la dignidad?

El manipuleo lingüístico. Desde la espuria sesión del domingo cuando se nombró presidente a Micheletti, éste insistió en que no era un golpe de Estado y lo llamó «un acto de sucesión presidencial». El lenguaje designa realidades y, en función social, no es un instrumento de uso antojadizo. Como se lo hizo ver un corresponsal español, cuando un contingente armado asalta la casa del presidente; lo secuestra y lo envía, contra su voluntad, a Costa Rica, eso sólo puede llamarse golpe de Estado. Aquí y en cualquier parte del mundo. Por más que los medios, los funcionarios y los diplomáticos desleales, mentirosos y oportunistas repitan las palabras del usurpador. El inútil querer tapar el sol con un dedo. La comunidad internacional y el pueblo, que no es el ignorante que muchos creen, lo saben.

El papel de comparsa a que se redujo la querida figura de Ramón Custodio, ¡a quien tanto debo en lo personal!, pero a quien, por respeto a mi propia conciencia, tengo que referirme al haberlo visto en el más triste papel de su carrera! ¡Que es mejor que a Mel lo hayan enviado a Costa Rica ya que, por lo menos, está vivo!, dijo. La cuestión de fondo es el acto ilegal que con él se cometió. Eso era lo que había que condenar.

Nunca, con su presencia (es el Comisionado Nacional de Derechos Humanos), avalar la monstruosidad jurídica perpetrada contra un presidente legítimamente electo. Y, como broche de oro: afirmar que eran balas de goma las que usó el ejército la tarde en que, violando la Constitución, vedaron el aterrizaje de Mel en Toncontín. De goma, pero acabaron con la vida de un joven de diecinueve años. (¡Con una humilde «burrita» aguantó las largas horas de espera con un único propósito: vitorear al presidente en el cual había cifrado la esperanza de un mañana mejor! Su pequeña pero gran odisea desde su remoto pueblo y las palabras de su digno padre explicando sus móviles son signos entrañables que hablan de ilusión en un futuro más humano y más digno…, pero también de sueños rotos por la brutalidad represiva…).

En un pueblo hambriento (hace pocos días una campesina, como no había dinero para comprar maíz, para fabricar tortillas, echó mano del que ya estaba «curado» para la siembra; resultado: tres hijos en el hospital y el de cinco años, en el cementerio), en donde el abismo entre ricos y pobres cada vez se hace más profundo y que, por lo mismo, no es cuestión de borrarlo con abrazos de paz y de reconciliación de la «familia hondureña», según cantan los defensores del golpe, la cuarta urna era una opción para intentar cambios positivos. Nunca, al pueblo llano (ese que es marginal y vive en los bordos y en los barrancos de la miseria), se le había dado la oportunidad real de expresar su sentir. Y, con el «Sí», la posibilidad de mejorar un instrumento (una nueva Constitución) que guiase la vida futura de la nación. Lo reiteramos: todo es susceptible de perfeccionarse. Máxime tratándose de la Carta Magna en donde las cuestiones son trascendentales en la cotidiana construcción de la república. Pero los sectores de poder (especialmente la clase política enquistada en el Congreso y que ha esquilmado el erario a través de las grandes erogaciones que se les otorgan a los diputados, supuestamente para obras de beneficio en sus comunidades) le temieron a la avalancha de un «Sí» popular. Sospecharon —con razón— que podía representar el fin de sus incalculables dividendos. El golpe de Estado fue su manera torpe y desesperada de oponerse a la incontenible marea humana que cada vez es más consciente de sus verdaderos intereses y de la mejor forma de defenderlos. Para muestra, una consecuencia inmediata: en un santiamén se hizo añicos la base social de los partidos políticos responsables de la acción delictiva.

Estamos, pues, frente a estatuas con pies de barro. Su desmesurada reacción ante la crucial pregunta de la encuesta abortada revela su debilidad. Son poderosos y se amparan en las múltiples redes nacionales e internacionales que propicia el dinero…, pero le temen al pueblo. Saben que éste es mayoría y que, en justa lid, ellos llevan las de perder. Esa es una de las grandes lecciones que, de estos días trágicos, se debe extraer. Aunque lenta, la rueda de la historia nunca se detiene.

Desde hace treinta años, sólo he escrito sobre arte y literatura. Pero la ruptura del orden constitucional y el descaro con que actuaron Micheletti y sus socios golpistas me sacaron de la voluntaria torre de marfil. Las alucinantes imágenes de esa sesión grotesca en que se le dio un golpe de muerte a la débil democracia hondureña me han confirmado que el artista y el intelectual no pueden esconderse en una pretendida neutralidad. Tratándose del bienestar colectivo no hay apoliticidad que valga. El silencio equivale a aquiescencia y complicidad. Por lo tanto, tomo partido. En los momentos decisivos —cuando está en juego el devenir de los años futuros en Latinoamérica— a lo estético, se sobrepone la opción ética. Y ésta me dice, con claridad meridiana, de qué lado están la razón y la justicia.

Mis palabras no pretenden formular un análisis de la situación (para eso están los sociólogos y politólogos). Pero externar mis sentimientos es una necesidad vital y perentoria. Por un lado, un profundo dolor por el cúmulo de signos negativos que saturan el ambiente. Por el otro, la esperanzada convicción de que los sectores marginados, aún con tropiezos y dificultades, siempre encuentran la ruta hacia mejores derroteros. Nunca camina en reversa la rueda de la historia.

San Pedro Sula, 30 de junio- 14 de julio de 2009.

Yo acuso. Rodolfo Pastor


Ante el Tribunal Supremo, que es el de la historia, yo acuso de traición a la Patria a quienes, de distintas formas, han participado en el golpe que viene de perpetrarse contra José M. Zelaya, a quien Honduras eligió para presidirlo por cuatro años y a quien unánimemente respalda la comunidad de las naciones.

Acuso a Romeo Vásquez Velásquez --quien se impostó, hasta las ultimas horas de su mandato legitimo, como amigo del Presidente y soldado disciplinado-- de haber planeado y ejecutado este golpe traidor y violento, conjuntamente con los generales del Estado Mayor, instrumentando a un Congreso títere y las instituciones que dependen de el, movido del amor propio herido por su destitución, invocando la “ilegalidad” supuesta de la encuesta, según fallo amañado, para ejecutar el “crimen” imperdonable del secuestro de su Comandante en Jefe, para lo cual después ha fingido que disponía de una “orden de captura”, la que desmiente el juez. Y lo acuso, General de ordenar la represión que se agrava, las detenciones ilegales, los retenes violentos, los heridos y muertos que pudiera haber. Sobre su cabeza Señor.

Acuso a su cómplice Carlos Flores Facussé, de haber ideado el golpe y conspirado con y alentado a las fuerzas golpistas como antes de el, hizo su padre otrora, por haber fraguado desde hace meses --conjuntamente con José R. Ferrari y adláteres y Jorge Canahuati, de la misma casta-- la campaña publicitaria dirigida a amplias capas de opinión publica ingenua, contratando en Miami a expertos sobre guerra sicológica, para bombardear a la población con mensajes oscurantistas, falsedades repetidas mil veces y fabricaciones, valiéndose de la ignorancia y la ingenuidad que genera el sistema, en una campaña de desprestigio del gobierno y de intimidación de quienes pudieran participar de la encuesta que ejecutaron sin escrúpulo, en preparación del golpe. Y lo acuso a Carlos Flores de esconderse ahora y fingir inocencia cuando sus títeres han jugado papeles estratégicos en el golpe. A los adláteres de Flores: Elvin Santos y Roberto Micheleti B. precandidatos -inconstitucionales ambos- en las internas y a los diputados sinvergüenzas, que se prestaron a la maniobra de los militares en cuyas manos han quedado, perfectamente inútiles, y a los candidatos a las diputaciones y alcaldías que siguieron su instrucción de sabotear la encuesta y que recibirán el castigo implacable de nuestros correligionarios conscientes de su gran traición al Partido, al igual que E. Ortez Colindres, ese basilisco. Los acuso de haber destruido el Partido de mis ancestros, de haberlo enterrado todavía con vida, si bien herido.

Acuso a Pepe Lobo, a Rafael L. Callejas y Rodolfo Irías Navas que fraguaron la estrategia oportunista e irresponsable del Partido Nacional frente a la crisis, bajo el supuesto de que, al quedar despedazado el adversario, ellos eran los gananciosos y ganadores, sin reflexionar sobre el desprestigio en que incurrían con los votos unánimes del Partido Nacional a favor de aceptar primero un asalto, luego una falsa renuncia y después una destitución ilegal del Presidente. De modo que si alcanzara un día la suprema magistratura del país, el P.N. estará sujeto al mismo procedimiento y tendrá la obligación de complacer al círculo más oscuro del poder real para conservarse en “el poder”.

Acuso, ante esa instancia superior de la posteridad y la historia, a estos jueces prevaricadores, que siguieron las instrucciones de sus amos y padrinos políticos para producir fallos inicuos y ridículos, que traicionan la representación del Estado, inventan sentencias para encubrir sus crímenes y un nuevo tipo de delito que se pudieran cometer hipotéticamente en el futuro, que pretenden vedarle al pueblo su derecho a la libre expresión e intervienen en el Poder Ejecutivo.

A los empresarios de las organizaciones patronales COHEP, CCIC, ANDI, FENAGH que, pese a que parte de su membresía (me incluyo) disiente, le quieren dar una pretendida legitimidad al golpe; y que invocan la democracia y la legalidad y la paz social en el momento de promover un golpe que da al traste con las condiciones necesarias para defender esas banderas. Que inducen la manipulación de opinión pública, obligando a sus empelados a marchar para Micheletti y que han confesado (doy fe) estar financiando grupos de choque, provocadores, para infiltrar y desarticular manifestaciones en defensa del único gobierno legítimo, y así justificar su represión. Y a su hueste que cínicamente se felicita de defender sus intereses mezquinos. Prepárense a pagar el precio, ya que nadie mas tiene como.

Acuso a los periodistas que se han convertido en cómplices de crímenes contra la república, demostrando al final su cinismo, no cuando adoptan una posición (a la que tendrían todo derecho) si no cuando –sistemáticamente- manipulan los hechos que es su obligación trasmitir con objetividad, cuando los ocultan o los inventan y cuando sesgan sus reportajes para glosar los actos mas viles de los golpistas y denigrar aun las intenciones mas nobles del movimiento popular, incitando a la irracionalidad y al golpe, como han hecho varios de los mas connotados. Te acuso a ti Rodrigo, a ti Renato, Edgardo, Alfredo, tocayo. ¡Vergüenza! De golpistas. A los ideólogos y exégetas del golpe, a Leitzelar, Valladares. Y a los intelectuales que esgrimieron posiciones académicas pretendidamente neutras, inmorales en su contexto porque se trataba de escoger entre el bien y el mal, como ocurre.

Acuso a esos “apóstoles” inventados, falsos profetas y pistores en vez de pastores que invocaron en vano el nombre de Dios en contra de una propuesta cívica de reforma social, de democratización y moralización de la sociedad hondureña, que han querido politizar los símbolos sagrados y que ampararon y bendijeron a las fuerzas mas oscuras y corruptas y violentas; que manipularon a sus feligresías y después justificaron el golpe y la represión y que ahora nos piden que prevengamos un “baño de sangre”, como si los armados no fueran sus tropas. A esos fariseos que se llenan la boca para ensalzarse a si mismos, fanáticos de la falsa religión, el negocio vil de vender y comprar (a cualquier precio puesto que no cuestan nada sus fruslerías) el cielo y el infierno, con cuyo temor manipulan a sus auditorios. ¡Que se pudran en el infierno! Porque, como dice el padre Milla, el maridaje del dinero y la religión es el peor sacrilegio.

También acuso de traición a esa gente de cabeza hueca de nuestra clase media, que le dio cuerda a estas mentiras y colocó su tranquilidad pequeñoburguesa por encima de los principios que les enseñaron sus mayores, de justicia y decencia y sensibilidad con el sufrimiento del más humilde. Y que le ha servido de carne de cañón mediática, de bálsamo e incienso al golpista, usurpador.

No olvide nadie su infamia de sepulcro blanqueado, su condición de bestia apocalíptica disfrazada con piel de oveja, su perversidad que finge inocencia. No los perdonemos ni a sus sucesores por tres generaciones, para que la memoria de su maldad escarmiente.

lunes, 27 de abril de 2009

La Academia y las lenguas autóctonas de Honduras


Con motivo de la inauguración de la nueva sede de la Academia Hondureña de la Lengua, el doctor Rodolfo Pastor, en su condición de ministro de Cultura, leyó este texto, donde pide a los académicos que extiendan el lema "limpia, fija, da esplendor" a las lenguas autóctonas de Honduras.

La Lengua en Honduras
Rodolfo Pastor Fasquelle

Yo, que inauguré el antiguo local que compartían las Academias en la Biblioteca Nacional, a la altura de la primera avenida de Comayagüela —donde leí un ensayo sobre el español Gonzalo Guerrero, que murió en Honduras defendiendo a Cicumba— aprecio cabalmente la hazaña de la Academia Hondureña de la Lengua al lograr levantarse de la destrucción y el lodazal que dejó el Mitch. Y me complazco del aporte que el Estado ha hecho, ya que no a la habilitación, pero sí al otorgamiento del bien raíz donde hoy se levanta esta nueva sede, en medio de una ciudad hacinada, donde la mayoría de las oficinas de gobierno tienen que alquilar edificios, incluyendo a la Secretaría de Cultura, que no tiene techo ni casa propia, la pobre. Quiero entonces agradecer a quienes han contribuido a esta pequeña resurrección, que es justo celebrar este día, por lo que he aceptado con alegría representar al Presidente Zelaya en esta ceremonia para felicitar a la Academia.

Un germanófilo, miembro de esta academia y defensor acérrimo de la Lengua Castellana (se dice el pecado, no el pecador), a quien llamé la semana pasada para pedirle que sugiriera un tema para este discurso, me dijo entre sonrisas que hablase de “la lengua originaria”. ¡Semejante sinvergüenza! Lo cierto es que hoy he venido dispuesto a pedir el apoyo de la Academia para promover la oficialización de las demás lenguas hondureñas.

Efectivamente, las lenguas originarias. Amo al castellano que es mi lengua materna, la que me enseñó mi madre y hablaron mis bisabuelos, amo sus clásicos, su éxito global que me permite expresar ideas y comunicarme con quinientos millones de congéneres en varios continentes y, ciertamente, con la gran mayoría de mis compatriotas. No con todos. Porque en Honduras existen centenares de miles de compatriotas, muchos de los cuales no dominan la lengua de Castilla, que a diario se comunican en miskitu, garífuna, tawaka, pech, tolupán o inglés. Sin contar la lengua lenca, que en los albores del siglo XIX hablaba un tercio de los hondureños y ahora se ha perdido, ni el chortí y el nahua, que muy pocos conciudadanos realmente dominan. Y estos hondureños son castigados en consecuencia de tal hecho, como si hablar esas lenguas fuese un delito.

Porque muchas veces la policía ignorante los detiene y castiga sin entender sus explicaciones. Y en las cortes los juzgan sin escucharlos, mientras que en las clínicas los médicos los “atienden” sin la información que pudieron haberles brindado, en tanto que en las escuelas son obligados a aprender desde tierna edad una lengua distinta a la que han escuchado desde la cuna, y se les califica mal por “retrasarse” en comparación con los niños que escucharon el castellano desde el vientre de sus madres. Y es por eso que estos grupos suplican y exigen, de un tiempo acá, que se les proporcione educación bilingüe, que se les valore su propia cultura, rica en canto y música, en tradición oral, en concepción del mundo y artesanía. Y celebran la presencia de médicos “cubanos”, que están dispuestos a escuchar la traducción de sus males, y a los que me he encontrado en los confines de La Mosquitia.

A mi me apena cuando me reclaman que, siendo ministro, no entiendo sus lenguas, y les he confesado que creo sin lugar a dudas que un ministro de un país pluricultural debería saber más de esas lenguas de las que yo se tan poco. Como historiador de la cultura y especialista en la etnohistoria creo que entiendo mejor que la mayoría (eso siempre es demasiado fácil) el valor de la lengua. La lengua es sobre todo vehículo de expresión simbólica y estética, instrumento de comunicación, portadora de valores y de un imaginario gentilicio, además es la codificación de conocimientos, tecnologías y destrezas manuales y mentales. Todo eso se pierde cada vez que se pierde una lengua, ya sea por la imposición o por la negligencia de sus vecinos. Por eso la antropología enseña que la lengua es un núcleo duro de la cultura.

Ignora la nación el problema de sus otras lenguas, pero con mala conciencia y a su propia costa. Así, se puede fingir que esa gente no existe, que no es un problema real (aquí todos somos iguales y mestizos) y que no reclama un acto de justicia elemental y derechos absolutamente elementales. Después de todo el alemán nunca lo ha sido aquí, pero estas sí son “las lenguas originarias”, las que se gestaron y forjaron aquí. Varias de ellas, como el tol y el pech, sólo existen en Honduras y están encaminadas a la extinción, junto con la cultura de que son portadoras. Otras de esas lenguas son, en diversos sentidos, internacionales, y nos conectan con pobladores de El Salvador y Guatemala (el nahua y el chortí), de Belice y Guatemala (el garífuna), y de Nicaragua (el garífuna, el miskitu y el tawaka). Por su vitalidad, siempre en riesgo, la lengua garífuna ha sido declarada Patrimonio Cultural Mundial por la UNESCO. Y a nosotros como país nos compete su preservación, valoración, investigación y protección. Pero, ¿por qué no empezamos por reconocerlas oficialmente?

Estoy convencido de que —después de los primeros dos años— las escuelas a las que asisten indígenas e isleños deben de enseñar un buen castellano, que es el común denominador lingüístico de la nación, pero antes de que esos hondureños aprendan bien su “segunda lengua”, deben oficializarse las propias, las de indios y negros, y obligar al Estado a procurarles los servicios adecuados en sus lenguas “originarias” o “maternas”. Aunque muchos todavía piensan con una “mentalidad imperial” que esto no vale la pena, que es un desperdicio de tiempo y recursos.

Pero pienso que una Academia Hondureña de la Lengua, obligada a la lucidez, en algún momento tendrá que enfrentar la obligación de ocuparse de estas “otras lenguas”. No es, después de todo, una Academia de la Lengua Española en Honduras sino con propiedad, como dice su estatuto legal, la Academia Hondureña de la Lengua, y por tanto debe concernirle, más allá del humanismo por sí solo, el problema de la preservación de las lenguas de Honduras. Y esto no implica que dejará de ser una institución dedicada a atesorar el español. Nebrija vive y Cervantes vivirá para siempre, mientras el ser humano tenga memoria. Pero Cervantes también encarna la tolerancia y la convivencia de las culturas diversas y de sus mestizajes. Su Quijote ha ayudado a perpetuar los arabismos y la lengua de los judíos españoles que, de otro modo, quizás pudieron haber sido eliminados.

Hay otras cosas que debe hacer la Academia, para lo cual es justo que la ayudemos desde el Gobierno y, en particular, desde la Secretaría de Cultura. En lo particular creo que debería jugar un papel más activo en la protección de las industrias culturales vinculadas a la lengua: la editorial en primer término, por supuesto, pero también en apoyo de las industrias de la comunicación. Por eso, aparte de pedir un incremento de la transferencia directa del gobierno central a la Academia, me comprometo a incluir en el presupuesto de la Secretaría de Cultura una asignación para apoyar proyectos concretos de esa índole, pero a cambio esperamos el apoyo de la Academia para la visibilización, el reconocimiento y la investigación, el rescate y la promoción de las demás lenguas de los hondureños, obligación que deberá ser parte del convenio a través del cual se ejecuten esos fondos, más que para saldar una deuda histórica, para asumir un compromiso ineludible con esas lenguas originarias, y para que la sugerencia de mi amigo académico y germanófilo no haya caído en vaso roto.

sábado, 25 de abril de 2009

UMBRALES y el Quijote


Sin previo acuerdo, aunque haciendo gala de virtudes telepáticas propias de los umbrales, que en estos asuntos del arte y la literatura y la vida son parientes cercanos de los cronopios, Sara Rolla y Rodolfo Pastor coincidieron en celebrar a la lengua y a su texto vital, el Quijote, con sendos trabajos que hoy publicamos con gran alegría en este blog.

La lectura como tema central del Quijote
Sara Rolla

El Quijote anticipa genialmente un tema literario de gran actualidad: la autorreflexión sobre la obra literaria. Es decir, el hecho de instalar, en el ámbito de la ficción, a la literatura misma. En ese marco, reivindica el papel de la lectura como un factor vital en el proceso de creación generado por el texto.

Recordemos que, precisamente, la lectura es la causa de la locura de Don Quijote. Pero ya desde antes de dar inicio a la trama, en el prólogo a la primera parte, Cervantes se ocupa del lector. La invocación con que empieza, “Desocupado lector”, muestra dos características nucleares de la obra: el papel central que en la misma tiene el hecho de leer y el tono desmitificador y humorístico que marcará fuertemente el texto. Inclusive, Cervantes hace en este prólogo una clasificación de los tipos de lector y de las correspondientes reacciones que espera de cada uno. Debemos enfatizar que, en realidad, se trata de un anti-prólogo, o, más bien, de un metaprólogo, donde fustiga con habilidoso sarcasmo la petulancia y el burdo alarde de erudición de los preámbulos que abundaban en su ambiente. Para eso, imagina estar él, como autor, dudoso sobre cómo encarar el prólogo y crea un personaje amigo suyo que le da consejos para resolver esa situación. Y ese amigo le dice, entre otras cosas:

Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. (M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edit. Alfaguara, 2004, p.14).

El lector como figura determinante ya desde el prólogo. Luego, en el relato propiamente dicho, nos enteramos de que la lectura es el origen de la locura del protagonista. Y en todo el desarrollo de la obra, seguirá teniendo un papel central. Recordemos, al respecto, el escrutinio de los libros de Don Quijote por parte del cura y el barbero: un ejercicio de crítica literaria cuando aún no existía el género. Y pensemos en los numerosos pasajes de la obra en que se habla de libros. Inclusive en las ventas se lee: en una de ellas, se da lectura a la novela del Curioso Impertinente. Y se menciona que también la gente iletrada se reúne en las ventas para escuchar la lectura de novelas caballerescas. Son innumerables los pasajes del texto que nos remiten a las lecturas de Cervantes, entre las que se incluye el propio falso continuador de la novela, Alonso Fernández de Avellaneda.

El Quijote es una ficción que se alimenta de la ficción misma: ese es el maravilloso juego de espejos en que se basa el texto. En la segunda parte, los personajes hablan del propio libro en que están inmersos: aparece un lector calificado, Sansón Carrasco, que ha leído la primera parte y les cuenta a Don Quijote y Sancho las repercusiones que la obra ha tenido en el público lector. Los personajes se ven a sí mismos como tales. Algo totalmente novedoso y genial para aquella época. Grandes escritores contemporáneos han reflexionado sobre este papel central de la lectura en el Quijote. Carlos Fuentes, en su exquisito ensayo Cervantes o la crítica de la lectura (México, Joaquín Mortiz, 1983), señala que éste es “el primer novelista que radica la crítica de la creación dentro de las páginas de su propia creación, Don Quijote. Y esta crítica de la creación es una crítica del acto mismo de la lectura.” (p. 33).

Por su parte, Ricardo Piglia, en El último lector, coloca a Cervantes en el centro de sus especulaciones sobre el tema de la lectura como una actividad que le da sentido a la existencia misma, configurándola de algún modo. La lectura privilegiada que Piglia hace del Quijote -profunda, sutil, inteligente- tiene momentos como éste: recuerda el momento en que Cervantes aparece como personaje de la novela, en el capítulo 9 de la primera parte, buscando el texto que le permita continuar la historia del hidalgo enajenado. Y destaca la frase que acentúa el carácter de lector compulsivo que tenía Cervantes: “…y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles….” Al respecto, señala el autor argentino:

Podríamos ver allí la condición material del lector moderno: vive en un mundo de signos; está rodeado de palabras impresas (que, en el caso de Cervantes, la imprenta ha empezado a difundir poco tiempo antes)…. (Ricardo Piglia, El último lector. Barcelona, Anagrama, 2005, p. 20).

Y agrega esta reflexión general:

El lector adicto, el que no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que está siempre despierto, son representaciones extremas de lo que significa leer un texto, personificaciones narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamaría lectores puros; para ellos la lectura no es sólo una práctica, sino una forma de vida. (…)
Se trata siempre del relato de una excepción, de un caso límite. En la literatura el que lee está lejos de ser una figura normalizada y pacífica (de lo contrario no se narraría); aparece más bien como un lector extremo, siempre apasionado y compulsivo.
(Ibid., p. 21).

Al final del libro, Piglia esclarece plenamente la relación de su título con Cervantes:

En toda la novela nunca vemos a don Quijote leer libros de caballería (salvo en la breve y maravillosa escena en la que hojea el falso Quijote de Avellaneda donde se cuentan las aventuras que él nunca ha vivido. II, 59). Ya ha leído todo y vive lo que ha leído y en un punto se ha convertido en el último lector del género. Hay un anacronismo esencial en don Quijote que define su modo de leer. Y a la vez su vida surge de la distorsión de esa lectura. Es el que llega tarde, el último caballero andante. (Ibid., p. 189).

La literatura nutriéndose de sí misma, en brillante autofagia: es una manifestación central de la genialidad de Cervantes (como sucede, obsesivamente, en Borges y Vila-Matas, dos ejemplos contemporáneos que muestran la misma tendencia dentro de las letras hispánicas). No es una acción meramente convencional y reiterativa la de rendir, en estas fechas, homenaje a Cervantes (desde luego, habiéndolo leído bien). Es un acto de devoción muy merecida, de entera justicia.

San Pedro Sula, 22 de abril de 2009


El Quijote enamorado
Rodolfo Pastor Fasquelle

Los caballeros andantes, explica Don Quijote a Sancho escriben “porque los tengan por enamorados y por hombres que tengan el valor para serlo” El Quijote, I, capt 25.

El enamoramiento no ha sido -acaso por la solemnidad que adjudicamos de ordinario a los clásicos y la ligereza que le imputamos al sentimiento- un tema esencial en el análisis de El Quijote. Vacilo, por lo mismo, cuando aseguro que es un libro escrito sobre el amor (y no olvido las críticas contra la mala literatura y el abuso de la lengua contra la Iglesia y contra las costumbres hipócritas, contra las injusticias y el mal gobierno), pero quizás no tanto sobre el amor, como sobre el enamoramiento, esa cúspide del encantamiento, ese delirio, esa locura feroz de la que casi todos o al menos los más honestos anhelamos ser víctimas y que a todos hace caballeros, “andantes y por andar” o damas soñadas o soñadoras. Y un libro escrito por un caballero enamorado, por cierto ya en la madurez de su vida, a los 55 años de edad, igual que su héroe. Con profundo sentido del humor por cierto, pero perdidamente enamorado.

El misticismo medieval había renunciado al sentido clásico del amor humano, el de Safo y Virgilio. Dante ya se conmueve y desmaya con el castigo de Francesca y Paolo. Y entre la canción de gesta y la lírica provenzal se construyó poco después un concepto nuevo del amor cortesano que quien sabe porqué sigue teniendo ese tinte de adúltero del Tristán e Isolda. A lo largo y ancho de El Quijote hay mil referencias al tema, tal y como se representaba en los libros de caballerías y como se manifiesta, a cada paso, en las aventuras de nuestro caballero. Pero El Quijote cifra claramente una crítica tanto del paradigma del amor como del honor caballeresco. Entre burlas, hace un planteamiento renacentista y humanista sobre el amor que trasciende de aquel. Nos recuerda que, pese a que fueran princesas, lo que amamos en nuestras Dulcineas es su humanidad.

Don Quijote distingue entre los sufrimientos de amor de los particulares caballeros andantes; de todos se conmueve, pero escoge según la analogía de sus circunstancias y modela sus propias acciones sobre las de esos escogidos. Sufre con profunda empatía las desventuras amorosas con que se encuentra, así en la lectura como en la experiencia, y construye su propia desventura de amor con valentía, sabiendo lo que hace, perfectamente lúcido en su locura, si cabe esa paradoja. Porque el mayor enamorado de todos es el propio Caballero de la Triste Figura y la razón de ser de sus aventuras es su sinrazón de enamorado. Si no hubiera Dulcinea, no habría tenido sentido buscar la honra y la fama en el combate contra gigantes y magos encantadores, volar al cielo ni descender a la Cueva de Montesinos. Y una gran parte del Libro está dedicada, precisamente, a representar al Quijote en su locura de amor y a sus reflexiones sobre las locuras de los enamorados: Cardenio y Crisóstomo, Basilio y El Cautivo, y a defender sus derechos. Junto con los de quien no se enamora, aunque con ello se lleva a si mismo de encuentro. Y en estas breves páginas quiero enfocar sólo un par de escenas que servirán para ilustrar estas reflexiones.

Los capítulos 12 y 13 de la Primera Parte cuentan la tragedia de Crisóstomo y Marcela. El Pastor Crisóstomo ha hecho el mayor sacrificio posible de amor: se ha suicidado (no hay aquí ni siquiera la insinuación de una condena) por despecho, porque Marcela se ha rehusado a amarlo porque quiere mantener su libertad (y Marcela defiende su libertad de mujer, diferente a la que asumen las feministas de hoy, sin acudir a un argumento de género). Crisóstomo conmueve. A sus amigos que quieren linchar a la que suponen culpable: “basilisco”. Conmueve a la misma Marcela y, por supuesto, conmueve a nuestro Señor don Quijote, que tiene que verlo como una advertencia sobre el límite de la locura amorosa, como un argumento contra el desenfreno. El Quijote finaliza la disputa defendiendo a Marcela.

Después de ese episodio, concretamente después de liberar a los reos de una caravana destinada a los galeotes, a quienes pretende después mandar al Toboso con agradecimientos para su dama y quienes, por supuesto, lo mandan al carajo, Don Quijote decide entregarse sin medida ni prudencia a su propia locura de amor. Se retira a la Sierra Morena para renunciar al mundo y a la misma aventura (aunque, de paso, se está refugiando de La Santa Hermandad), entregado a la abstinencia y la penitencia. Ayuna, se desnuda y se lastima como un anacoreta del amor, no para alcanzar santidad (esa se da por descontada) como hacían los frailes y las monjas en los conventos, ni para mayor gloria de la divinidad, sino para su enamorada, para conmover a su endiosada Dulcinea. “Oh bella ingrata amada enemiga mía”, le escribe, aunque no le ha hecho más agravio que desconocer una pasión que -antes de entonces- su enamorado sólo ha manifestado en las furtivas miradas durante un puñado de encuentros con la fornida labradora, a la que defiende don Quijote del intento de Sancho de desestimarla por no ser “princesa”.
Don Quijote le entrega Rocinante a Sancho (que ha perdido su asno en la refriega) para que lleve una carta de amor a Dulcinea y le cuente a esa dama las penitencias de amor que realiza en lo más profundo del monte. Varios capítulos cuentan esas deleitosas locuras, punteadas con versos atorrantes, característicos de la condición del enamorado delirante. En la segunda parte del Libro, Don Quijote vuelve a la aventura, después de una “recuperación” temporal, pero su destino es el mismo, es Dulcinea, a la que Sancho se ve obligado a encantar y luego desencantar. Y se vuelve a celebrar el tema en “Las aventuras del Pastor enamorado” y en “Las bodas de Camacho”, cuyo defecto es que no son de amor.
Dulcinea es, en efecto, el Santo Grial, el “vaso místico” o, al menos, lo desplaza. El tema del enamoramiento en Don Quijote es prístina manifestación de humanismo. Tenía Cervantes razón de combatir al clero (y no la fe) con cautela y quizás le habría combatido más el clero a él si hubiera entendido que El Quijote también en esto es manifestación y heraldo de modernidad, en la medida que coloca a la persona amada (de carne y hueso) en el lugar central que la Iglesia reclamaba sólo para la divinidad y, por eso, se burla del cura amigo y de las procesiones y de la Inquisición. En ese amor humano y falible, entregado -incluso malentendido- del enamorado, en amar como Crisóstomo hasta la muerte equívoca, radica la esencia del humanismo. Es en el enamoramiento cuando nos disponemos al servicio del otro(a) y trascendemos de la bestia y la brama, del celo, del ligero bonheur y del cansancio del sexo sin pasión, del que se burla El Quijote cuando, en lastimera condición, Rocinante acomete a las yeguas en un paraje idílico. La pasión enamorada ordena al sentimiento y el instinto, los concentra y los orienta a su objetivo legítimo, que es el bien del amado. Aunque quizás este paradigma moderno haya sido vencido y yo ya no alcance a entender otro.