miércoles, 22 de julio de 2009

El miedo a una palabra de dos letras. Helen Umaña


El 28 de junio venía de Guatemala con el único y exclusivo propósito de votar a favor de la cuarta urna. Veía, en ésta, la posibilidad concreta de un cambio hacia senderos de beneficio colectivo. Era el camino para modificar, con el consenso de todos los partidos políticos y de una amplia difusión y discusión (a través de los medios de comunicación, foros, comentarios, etc.), una Constitución cuyas lagunas son evidentes.

La ciencia dice que nada es estático y que todo lo hecho por el ser humano es susceptible de perfeccionarse. Manejar que la cuarta urna lo que pretendía era la reelección de Mel ha sido la distorsión más grande en la historia política del país. La hipotética Constitución se redactaría ya cuando Mel hubiese dejado de ser presidente. Su elaboración estaría, pues, en manos de diputados elegidos por quienes se acercasen a votar. De ahí que la propuesta de la cuarta urna prendiese, con tanto entusiasmo, en la voluntad de los sectores históricamente marginados: campesinos, obreros, grupos étnicos…

Por esa razón, cuando en el bus que me traía de Guatemala me enteré del golpe de Estado, el impacto emocional fue intenso. En esencia, abortar, con alevosía, la semilla de lo que pudo ser un encaminar al país por senderos de equidad y justicia. Darle un golpe de muerte a la posibilidad de un sueño factible: la construcción de una sociedad en donde, no como varita mágica sino como proceso de ardua construcción, se empezasen a solventar las necesidades más urgentes de comida, salud, educación y vivienda para la mayoría. Mel había dado el primer paso. Impedírselo, con el golpe de Estado, fue como abrir la puerta para llevar al país a una espiral de violencia cuyas consecuencias ya se empiezan a sentir: secuestros, asesinatos políticos y persecución a los disidentes. Una realidad que ya se ha instalado en el horizonte de la patria. Al amparo de la nocturnidad y la falta de energía eléctrica, la captura del artista de la caricatura Allan MacDonald (con todo y su hija de diecisiete meses); los asesinatos de Isis Obed Murillo (en el aeropuerto de Toncontín) y de Róger Ivan Bados González y Ramón García, miembros del partido Unificación Democrática (UD) son ominosas señales del abismo hacia el cual Honduras se encamina. A menos que prevalezca la sensatez (que pasa necesariamente por el restablecimiento del Estado de derecho), no es aventurado vaticinar que se está a las puertas de una vorágine social sin precedentes: la reactivación de la tenebrosa Doctrina de la Seguridad Nacional y, como lógica respuesta, la adopción de formas de lucha que llevan consigo incalculables cuotas de dolor y sangre. Una factura que, a la postre, pagará la sociedad en su conjunto. Al respecto, la historia de la humanidad es un espejo en el cual los sectores dominantes del país —por su inveterada miopía— todavía no se han visualizado.

La pesadilla que se repite. El protagonismo de las botas. Las imágenes de los militares apuntando, en posición de combate, a humildes mujeres, a jóvenes imberbes y a personas desarmadas son devastadoras. En Toncontín…, el sonido de las balas. El huir alocado de la gente. El ulular de la ambulancia. El cuerpo frágil sostenido por manos solidarias... Un revivir la estela de sangre y terror que han dejado en Latinoamérica los ejércitos nacionales. Ratificar que el monstruo sigue vivo, agazapado, listo a dar el salto y el zarpazo cuando los grandes consorcios internacionales y sus socios nacionales así lo indiquen. Desde siempre, el brazo armado del poder económico. Y, en niveles de alta graduación, ellos mismos convertidos en poder económico que actúa en defensa de sus intereses.

El contubernio iglesias-poder político. Es indignante el espectáculo de los pastores evangélicos y de la alta jerarquía católica encabezando y bendiciendo las marchas de la oligarquía. Con falaces mensajes bíblicos, violentando las conciencias para llevarlas a la posición política que les permitirá seguir medrando a la sombra de sus iglesias, no casas de oración, sino auténticos emporios económicos. Complementado, todo, con otro bochornoso espectáculo: en un Estado constitucionalmente laico, los «honorables» diputados y sus testigos de honor (Custodio, Aguilar Paz, Leitzelar, Mauricio Villeda, Irma Acosta de Fortín…) agarrándose las manos e inclinando la cabeza, pronunciando una oración en el momento mismo en que, enarbolando una falsa carta de renuncia, ratificaban su traición y consumaban el golpe de Estado.

La guerra mediática. En los meses precedentes al golpe de Estado, la oposición a Mel Zelaya llegó a niveles jamás vistos. Quizá, en ninguna parte del mundo, un periodismo como el hondureño. Especialistas en sesgar y manipular la información. Todos los días mintiendo flagrantemente. Conductores de programas radiales y televisivos moviendo la noticia hacia el lugar en donde sopla el dinero. Tergiversando los hechos para confundir al receptor. Al día siguiente del golpe, desde Radio América, llamando a encauzar el país por las vías de la «normalidad»: «Preséntense en las fábricas, en los negocios…»; «Dejémosle la política a los políticos y que los niños y maestros vuelvan a la escuela, los obreros a sus fábricas…»; «Aquí no ha habido golpe de Estado…»; «Aquí todo es normal»; «Es necesario producir…». En otras palabras, producir para seguir llenando los bolsillos de la minoría… La infamia revestida de amor patrio.

La ambigüedad e indiferencia de la máxima casa de estudios. Duele el comunicado gallo-gallina de las autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, institución, en horas más lúcidas, a la vanguardia del pensamiento progresista y democrático. ¿Dónde el análisis de la crisis social y política? ¿Dónde el comunicado orientador para un pueblo carente de instituciones que salvaguarden sus intereses? ¿Cómo puede hablarse de vinculación universidad-sociedad si se evade el compromiso del análisis y del mensaje clarificador? ¿En qué momento se extravió el rumbo de la dignidad?

El manipuleo lingüístico. Desde la espuria sesión del domingo cuando se nombró presidente a Micheletti, éste insistió en que no era un golpe de Estado y lo llamó «un acto de sucesión presidencial». El lenguaje designa realidades y, en función social, no es un instrumento de uso antojadizo. Como se lo hizo ver un corresponsal español, cuando un contingente armado asalta la casa del presidente; lo secuestra y lo envía, contra su voluntad, a Costa Rica, eso sólo puede llamarse golpe de Estado. Aquí y en cualquier parte del mundo. Por más que los medios, los funcionarios y los diplomáticos desleales, mentirosos y oportunistas repitan las palabras del usurpador. El inútil querer tapar el sol con un dedo. La comunidad internacional y el pueblo, que no es el ignorante que muchos creen, lo saben.

El papel de comparsa a que se redujo la querida figura de Ramón Custodio, ¡a quien tanto debo en lo personal!, pero a quien, por respeto a mi propia conciencia, tengo que referirme al haberlo visto en el más triste papel de su carrera! ¡Que es mejor que a Mel lo hayan enviado a Costa Rica ya que, por lo menos, está vivo!, dijo. La cuestión de fondo es el acto ilegal que con él se cometió. Eso era lo que había que condenar.

Nunca, con su presencia (es el Comisionado Nacional de Derechos Humanos), avalar la monstruosidad jurídica perpetrada contra un presidente legítimamente electo. Y, como broche de oro: afirmar que eran balas de goma las que usó el ejército la tarde en que, violando la Constitución, vedaron el aterrizaje de Mel en Toncontín. De goma, pero acabaron con la vida de un joven de diecinueve años. (¡Con una humilde «burrita» aguantó las largas horas de espera con un único propósito: vitorear al presidente en el cual había cifrado la esperanza de un mañana mejor! Su pequeña pero gran odisea desde su remoto pueblo y las palabras de su digno padre explicando sus móviles son signos entrañables que hablan de ilusión en un futuro más humano y más digno…, pero también de sueños rotos por la brutalidad represiva…).

En un pueblo hambriento (hace pocos días una campesina, como no había dinero para comprar maíz, para fabricar tortillas, echó mano del que ya estaba «curado» para la siembra; resultado: tres hijos en el hospital y el de cinco años, en el cementerio), en donde el abismo entre ricos y pobres cada vez se hace más profundo y que, por lo mismo, no es cuestión de borrarlo con abrazos de paz y de reconciliación de la «familia hondureña», según cantan los defensores del golpe, la cuarta urna era una opción para intentar cambios positivos. Nunca, al pueblo llano (ese que es marginal y vive en los bordos y en los barrancos de la miseria), se le había dado la oportunidad real de expresar su sentir. Y, con el «Sí», la posibilidad de mejorar un instrumento (una nueva Constitución) que guiase la vida futura de la nación. Lo reiteramos: todo es susceptible de perfeccionarse. Máxime tratándose de la Carta Magna en donde las cuestiones son trascendentales en la cotidiana construcción de la república. Pero los sectores de poder (especialmente la clase política enquistada en el Congreso y que ha esquilmado el erario a través de las grandes erogaciones que se les otorgan a los diputados, supuestamente para obras de beneficio en sus comunidades) le temieron a la avalancha de un «Sí» popular. Sospecharon —con razón— que podía representar el fin de sus incalculables dividendos. El golpe de Estado fue su manera torpe y desesperada de oponerse a la incontenible marea humana que cada vez es más consciente de sus verdaderos intereses y de la mejor forma de defenderlos. Para muestra, una consecuencia inmediata: en un santiamén se hizo añicos la base social de los partidos políticos responsables de la acción delictiva.

Estamos, pues, frente a estatuas con pies de barro. Su desmesurada reacción ante la crucial pregunta de la encuesta abortada revela su debilidad. Son poderosos y se amparan en las múltiples redes nacionales e internacionales que propicia el dinero…, pero le temen al pueblo. Saben que éste es mayoría y que, en justa lid, ellos llevan las de perder. Esa es una de las grandes lecciones que, de estos días trágicos, se debe extraer. Aunque lenta, la rueda de la historia nunca se detiene.

Desde hace treinta años, sólo he escrito sobre arte y literatura. Pero la ruptura del orden constitucional y el descaro con que actuaron Micheletti y sus socios golpistas me sacaron de la voluntaria torre de marfil. Las alucinantes imágenes de esa sesión grotesca en que se le dio un golpe de muerte a la débil democracia hondureña me han confirmado que el artista y el intelectual no pueden esconderse en una pretendida neutralidad. Tratándose del bienestar colectivo no hay apoliticidad que valga. El silencio equivale a aquiescencia y complicidad. Por lo tanto, tomo partido. En los momentos decisivos —cuando está en juego el devenir de los años futuros en Latinoamérica— a lo estético, se sobrepone la opción ética. Y ésta me dice, con claridad meridiana, de qué lado están la razón y la justicia.

Mis palabras no pretenden formular un análisis de la situación (para eso están los sociólogos y politólogos). Pero externar mis sentimientos es una necesidad vital y perentoria. Por un lado, un profundo dolor por el cúmulo de signos negativos que saturan el ambiente. Por el otro, la esperanzada convicción de que los sectores marginados, aún con tropiezos y dificultades, siempre encuentran la ruta hacia mejores derroteros. Nunca camina en reversa la rueda de la historia.

San Pedro Sula, 30 de junio- 14 de julio de 2009.

Yo acuso. Rodolfo Pastor


Ante el Tribunal Supremo, que es el de la historia, yo acuso de traición a la Patria a quienes, de distintas formas, han participado en el golpe que viene de perpetrarse contra José M. Zelaya, a quien Honduras eligió para presidirlo por cuatro años y a quien unánimemente respalda la comunidad de las naciones.

Acuso a Romeo Vásquez Velásquez --quien se impostó, hasta las ultimas horas de su mandato legitimo, como amigo del Presidente y soldado disciplinado-- de haber planeado y ejecutado este golpe traidor y violento, conjuntamente con los generales del Estado Mayor, instrumentando a un Congreso títere y las instituciones que dependen de el, movido del amor propio herido por su destitución, invocando la “ilegalidad” supuesta de la encuesta, según fallo amañado, para ejecutar el “crimen” imperdonable del secuestro de su Comandante en Jefe, para lo cual después ha fingido que disponía de una “orden de captura”, la que desmiente el juez. Y lo acuso, General de ordenar la represión que se agrava, las detenciones ilegales, los retenes violentos, los heridos y muertos que pudiera haber. Sobre su cabeza Señor.

Acuso a su cómplice Carlos Flores Facussé, de haber ideado el golpe y conspirado con y alentado a las fuerzas golpistas como antes de el, hizo su padre otrora, por haber fraguado desde hace meses --conjuntamente con José R. Ferrari y adláteres y Jorge Canahuati, de la misma casta-- la campaña publicitaria dirigida a amplias capas de opinión publica ingenua, contratando en Miami a expertos sobre guerra sicológica, para bombardear a la población con mensajes oscurantistas, falsedades repetidas mil veces y fabricaciones, valiéndose de la ignorancia y la ingenuidad que genera el sistema, en una campaña de desprestigio del gobierno y de intimidación de quienes pudieran participar de la encuesta que ejecutaron sin escrúpulo, en preparación del golpe. Y lo acuso a Carlos Flores de esconderse ahora y fingir inocencia cuando sus títeres han jugado papeles estratégicos en el golpe. A los adláteres de Flores: Elvin Santos y Roberto Micheleti B. precandidatos -inconstitucionales ambos- en las internas y a los diputados sinvergüenzas, que se prestaron a la maniobra de los militares en cuyas manos han quedado, perfectamente inútiles, y a los candidatos a las diputaciones y alcaldías que siguieron su instrucción de sabotear la encuesta y que recibirán el castigo implacable de nuestros correligionarios conscientes de su gran traición al Partido, al igual que E. Ortez Colindres, ese basilisco. Los acuso de haber destruido el Partido de mis ancestros, de haberlo enterrado todavía con vida, si bien herido.

Acuso a Pepe Lobo, a Rafael L. Callejas y Rodolfo Irías Navas que fraguaron la estrategia oportunista e irresponsable del Partido Nacional frente a la crisis, bajo el supuesto de que, al quedar despedazado el adversario, ellos eran los gananciosos y ganadores, sin reflexionar sobre el desprestigio en que incurrían con los votos unánimes del Partido Nacional a favor de aceptar primero un asalto, luego una falsa renuncia y después una destitución ilegal del Presidente. De modo que si alcanzara un día la suprema magistratura del país, el P.N. estará sujeto al mismo procedimiento y tendrá la obligación de complacer al círculo más oscuro del poder real para conservarse en “el poder”.

Acuso, ante esa instancia superior de la posteridad y la historia, a estos jueces prevaricadores, que siguieron las instrucciones de sus amos y padrinos políticos para producir fallos inicuos y ridículos, que traicionan la representación del Estado, inventan sentencias para encubrir sus crímenes y un nuevo tipo de delito que se pudieran cometer hipotéticamente en el futuro, que pretenden vedarle al pueblo su derecho a la libre expresión e intervienen en el Poder Ejecutivo.

A los empresarios de las organizaciones patronales COHEP, CCIC, ANDI, FENAGH que, pese a que parte de su membresía (me incluyo) disiente, le quieren dar una pretendida legitimidad al golpe; y que invocan la democracia y la legalidad y la paz social en el momento de promover un golpe que da al traste con las condiciones necesarias para defender esas banderas. Que inducen la manipulación de opinión pública, obligando a sus empelados a marchar para Micheletti y que han confesado (doy fe) estar financiando grupos de choque, provocadores, para infiltrar y desarticular manifestaciones en defensa del único gobierno legítimo, y así justificar su represión. Y a su hueste que cínicamente se felicita de defender sus intereses mezquinos. Prepárense a pagar el precio, ya que nadie mas tiene como.

Acuso a los periodistas que se han convertido en cómplices de crímenes contra la república, demostrando al final su cinismo, no cuando adoptan una posición (a la que tendrían todo derecho) si no cuando –sistemáticamente- manipulan los hechos que es su obligación trasmitir con objetividad, cuando los ocultan o los inventan y cuando sesgan sus reportajes para glosar los actos mas viles de los golpistas y denigrar aun las intenciones mas nobles del movimiento popular, incitando a la irracionalidad y al golpe, como han hecho varios de los mas connotados. Te acuso a ti Rodrigo, a ti Renato, Edgardo, Alfredo, tocayo. ¡Vergüenza! De golpistas. A los ideólogos y exégetas del golpe, a Leitzelar, Valladares. Y a los intelectuales que esgrimieron posiciones académicas pretendidamente neutras, inmorales en su contexto porque se trataba de escoger entre el bien y el mal, como ocurre.

Acuso a esos “apóstoles” inventados, falsos profetas y pistores en vez de pastores que invocaron en vano el nombre de Dios en contra de una propuesta cívica de reforma social, de democratización y moralización de la sociedad hondureña, que han querido politizar los símbolos sagrados y que ampararon y bendijeron a las fuerzas mas oscuras y corruptas y violentas; que manipularon a sus feligresías y después justificaron el golpe y la represión y que ahora nos piden que prevengamos un “baño de sangre”, como si los armados no fueran sus tropas. A esos fariseos que se llenan la boca para ensalzarse a si mismos, fanáticos de la falsa religión, el negocio vil de vender y comprar (a cualquier precio puesto que no cuestan nada sus fruslerías) el cielo y el infierno, con cuyo temor manipulan a sus auditorios. ¡Que se pudran en el infierno! Porque, como dice el padre Milla, el maridaje del dinero y la religión es el peor sacrilegio.

También acuso de traición a esa gente de cabeza hueca de nuestra clase media, que le dio cuerda a estas mentiras y colocó su tranquilidad pequeñoburguesa por encima de los principios que les enseñaron sus mayores, de justicia y decencia y sensibilidad con el sufrimiento del más humilde. Y que le ha servido de carne de cañón mediática, de bálsamo e incienso al golpista, usurpador.

No olvide nadie su infamia de sepulcro blanqueado, su condición de bestia apocalíptica disfrazada con piel de oveja, su perversidad que finge inocencia. No los perdonemos ni a sus sucesores por tres generaciones, para que la memoria de su maldad escarmiente.