jueves, 4 de febrero de 2010

Los errores de Mel. Rodolfo Pastor


El pasado 2 de febrero, en la sede del CIDE (Centro de Investigación y Docencia Económicas) en la Ciudad de México, el Dr. Rodolfo Pastor, en compañía de reconocidos académicos como Jean Meyer Barth, Director de la Revista Istor del CIDE, Guadalupe González González, Profesora/Investigadora del CIDE, Adrienne Pine, del Departamento de Antropología de la American University of Washington, y Rafael Rojas Gutiérrez, Director de la División de Historia del CIDE, debatieron en torno al tema: Una visión histórica del Golpe de Estado en Honduras. A continuación ofrecemos el texto completo de la intervención de Rodolfo Pastor, pero quienes deseen ver el vídeo del evento pueden consultarlo en la página de mimalapalabra.

Rodolfo Pastor Fasquelle
De los errores del ex Presidente J.M. Zelaya

No se quién ha calificado el de Junio 28 de 2009 en Honduras como “un golpe perfecto”. Se sacó al gobierno con la complicidad de varios de sus miembros y en coordinación con los demás poderes del Estado; se legitimó el rompimiento del orden Constitucional invocando la defensa de la Constitución; se reprimió a la Resistencia sin que nadie más o al menos sin que muchos más se dieran cuenta; se legalizó el golpe mediante elecciones, si bien desconocidas por mucha de la comunidad internacional; se absolvió de responsabilidad criminal a los secuestradores y represores; se decretó una amnistía a favor de los legisladores y magistrados golpistas, fingiendo que se hacía en aras de la concordia nacional y se estableció un “gobierno de unidad” que no incluye a nadie de la verdadera oposición.
Me mueve a risa que quieran quitarle el sombrero. Inevitablemente, otras facetas de su personalidad incidieron en su desempeño como gobernante, pero no dispongo de elementos de juicio. Aun si nos restringimos a sus actuaciones en la vida pública, claramente no hay consenso frente al tema de los errores de M. Z. R. Depende todo de tu posicionamiento y perspectiva. Justificaré mi opinión, que sólo tendrá sentido para quienes comparten mis puntos de vista y mi simpatía y admiración por Mel. Gobernar un país duro como Honduras es más difícil de lo que imaginan muchos.
Muchos de los recientes sucesos en mi país se desencadenaron por causas profundas, de las que ninguna persona en particular tenía control, o por circunstancias aleatorias aun no esclarecidas. La crisis estructural estaba planteada. Y aunque sus enemigos lo califiquen así, no puedes pensar que el error fue el proyecto, sus líneas generales o sus derivaciones necesarias para enfrentar esa crisis.
Incluso la confrontación entre clases sociales se la quiso achacar el golpismo al Presidente Zelaya porque, como decía C. Flores F, “un presidente tenía que unir”. Aunque esa confrontación derivaba de la polarización excluyente que genera el modelo de crecimiento. El Presidente lo que hizo fue 1) reconocer el problema de desigualdad extrema, 2) calificarla de injusta, 3) señalar las consecuencias del descontento para la gobernabilidad, 4) explicar las limitaciones dizque legales para que el Estado pudiera remediarlo y 5) plantear la urgencia de reformas para corregir esa atonía, una urgencia que se agudizaba frente a la “crisis global”. Y frente a esa contradicción, no erró M.Z.R. al tomar partido por el pueblo marginado, aunque a eso le llamen populismo.
No fue un error enfrentarse a los problemas estructurales del país y buscar una salida de la democracia ficticia (me inclino al término poético: fementida) con la que Honduras no ha podido superar los retos elementales de la condición colectiva ni mejorar sus indicadores sociales en treinta años. Abanderar la idea de que la democracia participativa (con ciudadanos empoderados) es el camino a un entendimiento social. A la gente le costó trabajo entender, pero cuando entendió fue evidente que la propuesta de empoderar a los ciudadanos mayoritariamente pobres era demasiado democrática para la élite. Plantear reformas radicales frente a los beneficiarios del sistema pudo haber sido, desde la perspectiva práctica, un problema; pero hubiera sido peor ignorar esa necesidad o moderar las demandas de modo que resultaran ineficientes, otra vez. Ya se había acumulado un malestar profundo que todos conocíamos.
Al contrario, entre los logros o aciertos del Presidente, el más importante pudo haber sido despertar al pueblo frente a la trampa del sistema político y desnudar a las fuerzas de la reacción plutocrática en su conspiración perpetua para asegurar su privilegio. Su planteamiento político de la necesidad de la reforma es el más avanzado que ha dispuesto el país en su historia contemporánea y es un logro histórico. Al igual que insuflar el espíritu crítico en la conciencia colectiva y el ánimo de lucha en grandes sectores; y, de repente, revelar la conciencia de la obligación de cooperar entre sectores. (Eso tendrá que corroborarse). Porque independientemente de los resultados a corto y mediano plazo, el simple aireamiento de la propuesta la hizo viable y cambió a Honduras irreversiblemente, generó la simiente de una ciudadanía que ha probado su fuerza en la movilización de la Resistencia, construyendo las bases para la refundación democrática de la nación.
En otro sitio he calificado de mentiras y manipulaciones muchos otros supuestos “errores” que le imputan sus enemigos al Presidente. Repetiré -porque lo sigo escuchando y lo vuelve a decir Pepe Lobo para justificar el golpe- que es una estupidez decir que el Presidente Zelaya conspiraba para “quedarse en el poder”. Sabía que eso no era posible, si bien pudo haber soñado con la reelección a futuro. Tampoco es cierto que el Presidente violó la Constitución al llamar a una encuesta sobre la consulta popular, aunque lo juzgara delito un juez de tercera fila y lo ratificara post facto una Corte Suprema golpista, que no tenía facultades para destituir al Presidente. Fueron esa Corte y el Congreso quienes violaron la Constitución en el golpe. No es cierto que el gobierno fuese más corrupto que cualquiera que lo antecediera, aunque quizás no mejoró a ninguno. Y los derroches que le acusan son los consuetudinarios del patrimonialismo desafortunado.
Asumir como verdadera la acaso ficticia soberanía de una nación de la que había jurado ser el Presidente no fue un error. Ni tomar distancia con respecto a las actitudes lacayunas tradicionales de nuestros gobernantes en el pasado. (Muchos hondureños necesitábamos esa expresión de dignidad). Aunque la C.I.A., que nos lleva expedientes desde hace tiempo a todos, lo tomara a mal. Y le llevara cuentas a Manuel Zelaya desde que cometiera, en 1985, el error de denunciar, en el Congreso, como joven diputado de Olancho, los atropellos de la Contra que sufría el campesinado humilde de la frontera.
No fue un error denunciar, en la Toma de Posesión, a las transnacionales petroleras por la demostrada estafa de sus cobros. Ni quitarles parte de su ganancia en medio de la crisis de los precios y después exigir que se ajustara el volumen facturado de acuerdo a la temperatura ambiente como se hace en el resto del mundo. Aunque pudo ser un yerro insistir en “la subasta” cuando no teníamos dónde guardar el petróleo y la Embajada estaba empeñada en proteger los intereses y propiedades de sus ciudadanos corporativos.
El Presidente Zelaya no fue nunca un títere de H. Chávez, aunque se identificó como su amigo. Nada en su alianza con los gobiernos de la ALBA, en busca de resolver el problema práctico de las importaciones de combustible, comprometía un interés nacional. Los lazos con Venezuela y la ALBA se forjaron por tratados ratificados por el mismo Congreso que dio el golpe y después exigió repudiarlos, luego de gastar cínicamente el dinero que se recibió producto de ese acuerdo.
Inevitable, en vez de equivocado, resultó discrepar con el Embajador Charles Ford, caballero que -con poco oficio de la diplomacia- se pronunciaba continuamente sobre asuntos que no eran de su incumbencia. Y al final tampoco ayudó a enmendar desacuerdos con EEUU el hecho que se postergara una semana la recepción oficial de las cartas credenciales del nuevo embajador, don Hugo Llorens, nombrado por el P. Bush, en protesta por los atropellos del Imperio contra el gobierno de Evo Morales.
Ser solidario con otros gobernantes pudo ser un reto al fundamentalismo nacionalista gringo y a la mentalidad pitiyanqui local, pero no fue una postura errada. Porque hay que arriesgarnos a ser latinoamericanistas, aunque nos cueste. La historia posterior al golpe demuestra que, si bien sigue siendo ineficaz, el Latinoamericanismo es la única salida. Aunque quizás en esto, también, hubo un exceso de retórica. Resulta que al Presidente, igual que a la mayoría de los políticos, le fascina el discurso, al que fetichiza. Y de repente, imitando a sus camaradas, se deslizaba hacia un discurso disociador, poco consecuente con su posición de poder real, cuando se autodenominaba románticamente socialista. El Imperio tiene su orgullo y sus procónsules su vanidad personal. Y a los empresarios les pareció una amenaza la retórica del Presidente, especialmente cuando se aparejaba con algunas medidas justicieras.
Aumentar el salario mínimo hasta $290, el tercero más elevado del istmo (después de Panamá y Costa Rica), no fue un error, aunque sin duda afectaba las ganancias extraordinarias de los patronos. Porque ese aumento (para cubrir el costo de la canasta básica) le daba dignidad y esperanza a los obreros y no acarreó una crisis del empleo, contra lo que profetizaron sus enemigos, ni comprometió la competitividad del sistema. Pero predispuso a los patronos en contra del gobernante y alentó al golpismo.
Tampoco fue un yerro denunciar la extorsión que practican los empresarios que contratan con el Estado y la sinvergüenzada de las exenciones fiscales de que gozan los empresarios metidos en la política. La política fiscal hondureña ha sido calificada como una de las más injustas de la región, mientras que el Estado carece de los medios para cumplir sus responsabilidades. Y tampoco me parece un error haber propuesto límites a la acumulación de poder del sector financiero y a su penetración en las industrias, así como haber propuesto límites a las facultades omnímodas del Congreso. Proponer una Asamblea Constituyente era un imperativo derivado de estas propuestas. No había otra manera de adelantar una reforma de tal magnitud. Y continuar con la encuesta criminalizada comportaba un riesgo que había que afrontar, porque desistir de ella era abdicar de la razón de ser del gobierno del Poder Ciudadano.
Para los niños y para los políticos, los héroes son infalibles. (Por eso puede haber también héroes inverosímiles.) Para los ciudadanos pensantes, el escrutinio de los errores de nuestros conductores es una forma de aprender y de corregir. Y los verdaderos héroes se reconocen falibles, si bien esto ocurre, casi siempre, en circunstancias extremas. No todas las cosas que se han dicho de parte de nuestros contrarios son mentiras. También M. Zelaya cometió errores verdaderos. Y no todo es atribuible a la perversidad y menos a la habilidad de sus enemigos y opositores.
Fueron errores que afectaron su administración, descarrilaron su proyecto, contribuyeron a la caída de su gobierno. Y otros que después frustraron su épica lucha por regresar al poder con apoyo de la resistencia y de la comunidad mundial. Ahora que termina oficialmente su gobierno es preciso reflexionar sobre esos errores. Porque son pertinentes a esta historia. El propio José Manuel Zelaya tendrá que revisar sus pasos y reconsiderar y rectificar. Para ayudarlo en esa tarea me he dispuesto, como ex Secretario suyo -y no sin temor de la propia arrogancia y la ajena ingratitud- a ordenar lo que podría caber en esa reflexión autocrítica.
A mi ver los yerros del ex presidente surgen de su misma condición y ambivalencia personal. Usando la metáfora de Weber, Allan Fajardo ha dicho que M.Z.R. es una figura transicional entre el caudillo y el líder moderno; habría que agregar que es una criatura del sistema político al que pretendió retar. Esa paradoja explica muchas interioridades de la crisis y el golpe. Un hilo conductor obligado del análisis de los errores es el de la confianza naif que M. Z. R. depositó, con recursos y poder, en personas y grupos que, después, resultaron ser sus enemigos. Esto sucedió igualmente con los políticos del Partido, como Elvin Santos y Micheletti, con varios ministros en su gobierno, como Bonano, Rodas y Hernández, con los militares como Romeo y sus cuatro generales, con la legión de periodistas a los que patrocinó, con líderes populares oportunistas como Ham, y con clérigos conservadores. Quizás confió demasiado en y también se traicionó a sí mismo. Sólo así me explico que no tuviera ningún plan para el golpe, que no lo hubiera visto venir, aunque sentía el distanciamiento creciente de los militares desde la reunión de OEA en San Pedro Sula y la agresividad de sus enemigos desde varios días antes que ocurriera. Y se quedó sentado, esperándolo.


Errores en el gobierno
El ex presidente Zelaya tomó todas las decisiones importantes de su gobierno antes y después del golpe. Si alguno de sus colaboradores íntimos falló por exceso u omisión, el Presidente lo permitió, lo empujó o lo impidió.
Ya en la escogencia de su equipo de trabajo cometió errores evidentes. Aceptó imposiciones partidaristas de individuos que no estaban comprometidos con su visión. Y favoreció a “amigos” leales que no reunían las condiciones mínimas de capacidad o integridad para los puestos que se les asignaron y terminaron resbalando en la cáscara de banano de la corrupción. Chimirri y R. Valenzuela fueron amigos costosos, costosísimos, que le hicieron daño.
Quizás para compensar, el Presidente se rodeó de un grupo reducido de ministros amigos que, sin más culpa que la de ser afines, colorearon o distorsionaron la impresión que recibía y la que daba…. Primero porque compartían una visión ideológica y una retórica sobrada de sentimentalismo izquierdista, un tanto passé y muy poco práctica. Pero, sobre todo, porque en ese círculo también prevalecieron los intereses de grupo y de algunos individuos junto a una visión legalista (diría aun más: formalista), de los abogados, quienes siempre pensaron que, puesto que eran los mejores, para cada reto legal encontrarían un recurso, como si el juego del poder fuese una partida de naipes con actas juradas. Critico dolorosamente a mis amigos, a los que el Presidente convirtió en adláteres y “yes men”, premiándolos con su atención al mismo tiempo que marginaba a otros. Y este fue un fenómeno que se agravó conforme pasaba el tiempo.
Después de fracasar en la organización del Partido, Patricia Rodas fue un error en la Cancillería y fue quien introdujo en la opinión pública ruidos que después sirvieron de pretextos al golpismo sobre el afán de continuismo. Obviamente Arístides Mejía no tuvo la necesaria inteligencia ni dio buen consejo sobre las FFAA. Pero además M. Z. R. personalizó demasiado el ejercicio del poder administrando con detalles que no le corresponden a quien tiene que concentrarse en los rumbos de la nave del Estado, en desmedro de iniciativas que lo hubieran fortalecido.
Había que formular una visión de largo plazo y tener capacidad para improvisar, pero también había que fraguar un plan inmediato, dirigido a alcanzar las metas inmediatas e intermedias. Por una desconfianza, que era el anverso de la confianza excesiva mal ubicada, M. Z. R. desautorizó a quienes estábamos a cargo de esas funciones y de las de coordinación. Así el Presidente le impuso a su gestión un ritmo errático y desordenado, una improvisación continua…que comprometió su eficacia. Los planes eran todos del largo plazo y de índole normativa o declarativa, grandiosos. Y por esa razón nunca terminaban de “aterrizar” y alcanzar el consenso como base suficientemente amplia de poder. Y lo mismo ocurrió con su lucha política en pro de la Reforma.

Errores frente al Partido y el sistema bipartidista
M. Z. R. alcanzó la Presidencia no porque hubiera planteado la reforma integral, implícita en su plataforma de Poder Ciudadano, sino también porque había forjado una alianza con sectores tradicionales del Partido, que sirvieron de base para la lucha electoral y lo apoyaron para ganar –apenas- una elección en que confrontaba a la maquinaria tramposa del P.N. Y les hizo a esos sectores concesiones que, después, lo atraparon y sujetaron al chantaje. Una vez en el poder, esos compromisos y ambivalencias constituían una contradicción e impidieron un planteamiento claro de la lucha por la Reforma, al tiempo que el Presidente perdía a sus aliados tradicionales. ¿Se sobreestimó al mismo tiempo que dejó de calibrar las fuerzas con que se enfrentaba?
Bajo la teoría de que no importaba ya, M. Z. R. convirtió a los elementos más tradicionales del Partido en inevitables cuando, un año después de asumir el poder, les entregó el Partido en la Convención de Siguatepeque, a sabiendas de que, al final, se opondrían a cualquier proyecto de transformación. Debió saber que el tradicionalismo partidarista no lo acompañaría en una propuesta de cambio profundo, un viraje que le complicara al Partido su ventaja tradicional y una idea genuinamente democrática que lo obligara a reformarse. ¿Fue un error pensar que iba a retener la lealtad de los caudillos tradicionales después de empezar a desarrollar una agenda distinta, dándole la espalda a los arreglos y las mafias? Esta contradicción quizás explica porque el entonces Presidente se tardó tanto en enarbolar la bandera de la Reforma que exigía una solución de continuidad.
Teóricamente, la Reforma tendría que haber arrancado consolidando los sectores leales a M. Z. R. junto con aquellos con los que pudiera negociar un entendimiento firme (quizás el Rosenthalismo) y la base política novel de la Reforma para exigir, en primer lugar, reformas electorales. Quizás porque confió hasta muy tarde en su convocatoria, M. Z. R. no hizo alianzas dentro del Partido con el fin de asegurar un piso de poder y al final no tuvo tiempo de organizar su base propia. Avanzó mucho a último momento, pero era tarde. Sus enemigos ya habían seleccionado a los candidatos, a los fiscales y a los magistrados. La demora fue letal.

Errores frente a los militares
Quizás el Presidente nunca tuvo la clase de información que requería sobre los militares. Hubiera necesitado entender su mentalidad y tradición estamental, además de datos de “inteligencia” sobre sus relaciones con la C.I.A. Fue un error de M. Z. R. empoderar a los militares, tal y como en una entrevista reciente (El Heraldo, lunes 12 de enero de 2010) confiesa el General Romeo Vásquez que hizo. El Presidente apoyó personalmente al General Romeo Vásquez, contra la costumbre de rotación del estamento superior, aumentó sueldos y multiplicó prebendas. Aunque no lo podría asegurar, quizás M. Z. R. también empoderó a las cúpulas militares, otorgándoles una tácita autonomía, a costa de jóvenes oficiales que hubieran podido convertirse en sus aliados. Es una posibilidad.
Y es que no parece haber entendido que se trataba, en la práctica, de un cuerpo colegiado, y se avocó a perpetuar sus cabecillas. Ese era su instinto. Tardó demasiado en percatarse de la deriva de esa cúpula hacia el inevitable abrazo de la reacción y no preparó los reemplazos. Lo más grave, sin duda, fue despedir al General Vásquez y aceptar la renuncia de la Junta de Comandantes sin su inmediata sustitución con oficiales leales al gobierno y dispuestos a servir con disciplina. ¿O es que acaso ya no los había?

Errores frente a la empresa privada
De manera análoga, el Presidente premió y les hizo concesiones diversas a los empresarios quienes, al final, se coligaron en su contra y financiaron el golpe. Algún día comprenderemos en este contexto la contienda sobre “el tráfico gris de servicio telefónico”, que involucró a todos los empresarios de la comunicación, incluyendo al ex presidente Carlos Flores F., y a quienes nunca se denunció. (Por instrucción presidencial se favoreció con una concesión estratégica en La Ceiba a Banco Fichosa, liderado por Camilo Atala, estratega del golpismo; además, se les perdonaron sus obligaciones al Grupo Facussé en el viciado contrato de los aeropuertos, y al grupo de Ferrari con el seguro incumplido de Hondutel; también se les llenó las bolsas con pautas publicitarias del gobierno a canales y programas y periódicos que no cejaron nunca en su empeño de morder la mano que los alimentaba).
Fue una equivocación pensar que los empresarios hondureños, núcleo del conservadurismo, aflojarían el control del sistema político y compartirían por propia voluntad las ganancias extraordinarias de la bonanza que caracterizó a los primeros dos años y medio de gobierno, antes que nos alcanzara la crisis internacional. Quizás también el gobernante subestimó el poderío de los empresarios.
Fue un error por omisión dejar de exigir el derecho a la respuesta frente a la campaña mediática masiva –que ya era parte de la conspiración golpista- desde inicio del tercer año de gobierno. Advertido desde los primeros meses de su administración sobre la peligrosidad de los medios de comunicación, monopolizados por la oposición de derecha, M. Z. R. pretendió “comprar” la buena voluntad de sus enemigos jurados en la prensa. Sólo al final, de nuevo muy tarde, buscó establecer sus propios canales…
Nunca apoyó a Radio Honduras. Se tardó mucho en establecer el Canal del Estado, y lo puso -igual que el periódico (“Poder Ciudadano”)- en manos de adláteres poco profesionales, para controlarlo personalmente. De modo que sus enemigos lo cercaron y lo aislaron de gran parte de la población que depende para su información de los medios calientes (radio y tv) dispuestos a los peores abusos: manipulación, campañas de desprestigio. En todo caso, si todas las demás cosas son iguales, puesto que responden a otros intereses y no a su propia ganancia comercial, luce más eficaz el procedimiento de confrontar esos medios y al periodismo tarifado, como ha hecho el Presidente Correa en Ecuador, que tratar de apaciguarlos con más patrocinio del que se justificaba y menos del que se requería.

Errores en la política exterior
El tipo de relación que se estableció con Chávez pudo haber sido una provocación ingenua. ¿Fue un error pedir la impresión de las papeletas o aceptar el avioncito pintado? Al final parece que el Presidente Zelaya abrió demasiados frentes y dio excusas a la oposición cuando permitió a un par de amigos hablar de reelección o de continuismo; eso puso a personajes claves (capos y candidatos) en disposición de conspirar en su contra. La reunión de la Canciller Rodas con el Canciller de Irán, un régimen anti-liberal por excelencia, que ofende negando los hechos históricos del Holocausto, alberga a grupos terroristas y cuya dictadura se ha constituido en una amenaza para la paz mundial, es algo que en nada contribuyó a la soberanía de nuestro país.
También fue un gravísimo error, que alenté en el Presidente, confiar en que Obama mantendría su palabra de multilateralismo y creer que a los gringos les interesaba algo más real que la apariencia de la democracia hondureña. Los militares estadounidenses quizás alentaron a los golpistas, les consintieron el uso de bases conjuntas para acciones del golpe, y anunciaron públicamente que seguían cooperando con las FFAA de Honduras después que su Cancillería había anunciado el cese de toda cooperación con los golpistas. Y fueron evidentes las contradicciones en Pennsylvania, más preocupada por destrabar sus nombramientos en el Senado. Sin embargo, hasta el mes de septiembre, justo antes del colapso del Acuerdo de San José, el Presidente Zelaya estaba convencido de que los estadounidenses “resolverían el problema”. Y cuando depositó en ellos toda su confianza perdió la concentración de UNASUR, Grupo de Río, OEA y de NNUU, donde inicialmente se había apoyado de manera contundente su restauración sin condiciones.
¿Fue un error vacilar frente a la represión? Quizás los líderes revolucionarios no pueden darse el lujo de tener escrúpulos. Pero del mismo modo que no se le puede exigir a Mel más sacrificio, no hay derecho de reclamarle que no diera la orden de fuego, consciente de la falta de elementos defensivos en la Resistencia. Acaso es un error también creer que Porfirio Lobo va a restaurar las libertades cívicas, mientras el General pinta violines, porque más bien hay una escalada de la represión policíaca paralela a las declaraciones de apertura y de querer sanar heridas. Quién sabe qué quiere decir el nuevo presidente del Congreso cuando asegura que “nada tienen que ver las nuevas autoridades con los eventos del 28 de Junio”. ¿Acaso no era entonces Lobo Presidente del P.N. y el propio Juan Orlando Hernández diputado de la bancada que votó unánimemente a favor del golpe y luego ratificó su decisión hace apenas un mes? Hagamos si se quiere alianza práctica, con plena conciencia de con quién transamos. Y mantengamos un mínimo de alerta frente a la ultraderecha que, desde antes que asumiera la Presidencia (porque el poder es otra cosa) ya estaba amenazando a Lobo con arrinconarlo, utilizando un discurso demencial que, por supuesto, nada tiene de autocrítica ni tampoco de conciencia de que han cometido el peor error que se puede cometer contra la historia: querer detenerla.